El escultismo quiere educar para servir, es uno de los cinco fines del escultismo.
Resulta sorprendente constatar el egoísmo del que somos capaces los humanos, y que tal vez sea mayor que en tiempos pasados, pues el progreso técnico hace menos necesarias las solidaridades entre las personas. Tampoco debe sorprender que esto se manifieste también en los jóvenes. Desde lobatos, e incluso antes, podemos darnos cuenta de las primeras manifestaciones del instinto de consumo. En la adolescencia, el desarrollo del instinto sexual puede inducir a una sed de placer y disfrute peligrosa. Para millones de jóvenes hoy, sobre todo en las llamadas sociedades desarrolladas, triunfar en la vida se limita a poder satisfacer todos sus deseos.
Para nosotros, un hombre no se completa verdaderamente, no realiza plenamente su vocación de hombre, si no se da, si no se entrega, en el sentido en el que lo expresa el mismo Cristo: “el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mi causa, la ganará”. El servicio a los demás es la expresión del amor. La vida de Cristo es el ejemplo que queremos presentar a los jóvenes.
Sabemos también que estos jóvenes, transfigurados por el amor, encontrarán su propia felicidad y la harán extensiva a su alrededor. Baden Powell nos recordaba, en el último mensaje dirigido a los scouts algunos meses antes de morir: “Ahora bien, la verdadera forma de obtener felicidad es proporcionando felicidad a otras personas. Traten de dejar a este mundo un poco mejor de cómo lo encontraron, y así cuando les llegue el turno de morir, podrán morir felices, seguros de que en todo caso no han malgastado su tiempo, sino que han hecho lo mejor”.
Para educar en el servicio, el escultismo propone pequeños pasos. En la manada, se busca aplicar la máxima del “lobato piensa siempre en los demás”. En la edad scout, la ley proclama con orgullo que “el scout está hecho para servir y salvar a su prójimo”. Es una misión que cada chico asume al pronunciar su promesa. Sobre su honor, el muchacho decide prestar un servicio cada día a alguien. La Buena Acción diaria es, ante todo, un juego: se juega a prestar un servicio. Después, se convierte en una exigencia moral, necesaria para el equilibrio de la vida. El scout se prepara para respetar su palabra, por la práctica de técnicas de socorrismo e intervención, por los ejercicios de alerta.
En la edad rover, el servicio se convierte en un acto reflejo. El rover está “siempre de servicio”, “siempre alerta”. Ante elecciones decisivas, estará preparado para arriesgar su vida entera, si fuera necesario. Todo por Cristo.
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