Los colores utilizados en las vestiduras y ornamentos sagrados expresan el carácter del tiempo litúrgico y las fiestas del año cristiano.
El blanco representa la manifestación de la naturaleza divina de Jesús. Se utiliza en Pascua, Navidad y otras fiestas del Señor (excepto la Pasión), así como en las fiestas de la Virgen María, los ángeles y de los santos (no mártires).
El rojo, que recuerda a la sangre y al fuego, es el color de la vida, el amor, es sacrificio de Cristo y el testimonio de los mártires. Denota el amor ardiente que es la fuerza del Espíritu Santo. Se usa del Domingo de Ramos, Viernes Santo, Domingo de Pentecostés, las fiestas de los apóstoles, evangelistas y mártires.
El verde es el color del Tiempo Ordinario: intermedio, conciliador, que refresca y tranquiliza. Color del Paraíso. El verde manto de la tierra en primavera inspira esperanza y la realiza: por eso el verde representa esa virtud cardinal del cristiano.
El morado, color de reflexión, moderación y equilibrio entre pasión e inteligencia, amor y sabiduría. Representa penitencia y acción precavida. Propio de Adviento y Cuaresma, también se usa en los sacramentos de la Penitencia y Unción de Enfermos y en los oficios de difuntos.
Hay otros colores que, aunque ya casi no se utilizan, sí tuvieron su significado litúrgico.
El rosado, color de la carne, connota sensualidad y emoción y está asociado a la alegría. Se puede usar el 3º Domingo de Adviento y el 4º Domingo de Cuaresma, como suavización de la austeridad penitencial.
El color negro tiene valor absoluto: puede significar la ausencia o la suma, la negación o la antítesis de los otros colores. Evoca la noche, las tinieblas, la muerte, el luto. Pero simbólicamente tiene un valor positivo, pues representa el valor de la sobriedad, la humildad, la ascesis y la renuncia a la vanidad del mundo. Por eso se puede utilizar en las misas de difuntos, aunque ha caído en desuso en beneficio del morado.
Además de estos seis colores (y el dorado, que con su regio esplendor también vestía algunas solemnidades antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II) está el azul, el más profundo y el menos material, sugiriendo por igual la imagen del cielo y del mar. Azúl celeste se ha representado tradicionalmente el manto de María y de ese color son los ornamentos litúrgicos con que en España e Iberoamérica se celebra la fiesta de la Inmaculada.
Muy bonita enseñanza, sabía un poquito pero no todo y fue una inspiración para hacer un rosario con los colores de los ornamentos. GRACIAS