1. Quiere, en primer lugar, que los jóvenes tomen conciencia de la realidad de la vida. Hoy en día, la mayor parte de los jóvenes viven en zonas urbanas. Su entorno habitual es cada día más sofisticado y artificial; todo está hecho para facilitarles la vida. En un universo de botones y “clics”, el muchacho vive como en un capullo esterilizado, insípido. Por tanto, no debe asombrar que busque huir hacia paraísos artificiales. Pero rápidamente se convierte en un prisionero, en un esclavo de las costumbres cómodas y placenteras; incluso cuando se va de “camping”, llevando con ellos aquello que estiman indispensable para su vida: cama, frigorífico, radio o televisión.
Queremos permitir a los jóvenes sumergirse en la realidad de la vida; ser capaces de vivir con sus propios medios: saber montar una tienda, protegerse del viento, de la lluvia o del sol, encender un fuego con todas las garantías de seguridad y prepararse la comida, con o sin gas, orientarse con las estrellas, caminar de noche sin linterna, etc. La naturaleza es escuela de vida. Sus lecciones son aprendidas y asimiladas con rapidez. El primer contacto con ella puede suponer un shock, pero rápidamente el muchacho se alegra de reencontrarse con sus reflejos, con sus instintos, con su alegría de vivir.