Sabemos que en la adolescencia, el muchacho conoce espectaculares transformaciones interiores, no sólo físicas, sino también psicológicas. Estas transformaciones explican, en parte, el profundo malestar experimentado por el joven en relación a un cuerpo que no reconoce ya; unas veces desbordante de una vitalidad y de una energía, que puede llevarle a participar en competiciones deportivas de alto nivel, y otras con momentos de gran cansancio y debilidad que le lleva a pasar horas y horas embobado. Los hábitos de higiene y limpieza que parecían aprendidos, se olvidan o se cuestionan. La tentación de experimentar con lo prohibido (tabaco, alcohol, drogas) se intensifica por el contexto permisivo de la sociedad actual.
El escultismo, que se define y quiere ser método de educación global, toma en consideración todos los elementos de la persona, comenzando por su salud y su desarrollo físico: no se puede formar el espíritu y el corazón sin ocuparse del cuerpo. Los romanos ya lo habían comprendido, de ahí el dicho latino: “mens sana in corpore sano” (un espíritu sano en un cuerpo sano). Recordemos, como decía Pierre Geraod-Keraod, que “el hombre ama, piensa y reza con su cerebro, su corazón, sus glándulas y todos sus órganos”.
Teniendo así como primer fin el desarrollo de la salud, el escultismo tiene por objeto edificar los fundamentos de la persona, completa y equilibrada, en el deseo de contribuir en su construcción. El fin está hecho, parafraseando a Baden Powell, para “mostrar al muchacho el mejor medio de desarrollar su vigor y su salud, cuáles son los errores que evitar, y enseñarle que sólo él es responsable de su propia salud”.